jueves, 2 de diciembre de 2010

Eran dos almas y ahora son una


Eran dos almas atadas a la lugubriedad del mundo tal y como lo conocemos. Blancas, sin rostro, sin personalidad, eran sólo una luz tenue y decidida que vagaba por el mundo de las ánimas sin nombre, como un peces solitarios que surcan el inmenso mar en busca de la preciada tierra de la que hablaron sus ancestros.
Eran dos que eran una, y al mismo tiempo eran dos almas diferentes atadas a la misma y a otra desigual. Eran dos luceros vacilantes cuya luz irradiaba ira y desconcierto. Pero un día, el destino de los hombres hizo que se encontraran por casualidad a la merced de la penumbra, cegados se hablaron y se conocieron sin llegar a verse, y los grilletes que desde antes de nacer ya decoraban sus brazos inexistentes se hicieron más fuertes ahora y llegó a sus vidas la señora dependencia. Y más fuerte se hizo esa atadura cuando una de ellas dijo pidió casi sin quererlo.
–Dime que me quieres. Dime que estarás conmigo siempre.
Y así fue, nadie volvió a pensar jamás que eran dos ánimas diferentes, sino dos caras de la misma moneda, dos partes que forman un todo.

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