miércoles, 24 de noviembre de 2010

Abyssus abyssus invocat II



Lineas de sangre caían por las paredes desde Dios sabe donde y en el techo no había ningún cuerpo chorreante, pero aún así la sangre caía por las paredes manchando el suelo y llenando la instancia del olor fétido de la carne putrefacta.
La sala era cuadrada, de paredes altas y techo recto; estaba decorada con camas desnudas sobre las que había cuerpos yacentes y exánimes, con jirones de carne decorando los huesos blancos de los esqueletos podridos. En los cabeceros de las camas había unas manzanas negras.
Se escuchabas voces apagadas, aplastadas por el sentimiento de ira y de desconcierto que la misma instancia llevaba a tener.

Llanto, un llanto audible, claramente reconocible, de una niña pequeña, con trenzas. Estaba colorada por el desconsuelo y el llanto era demasiado desgarrador para oírlo y no correr en la ayuda de aquélla pobre desgraciada. Corrí en su dirección y de pronto la visión de la realidad me aplastó casi sin querer, dos camas con cuerpos muertos moviéndose y respirando me cerraban el paso a la niña sufriente que se alejaba de la mano de un hombre vestido con una túnica negra y una capa del mismo color, con el rostro tapado.
Grité, miré a todos lados, los cuerpos, algunos sin piernas, otros sin manos, algunos otros incluso sin cabeza, se levantaban de las camas y venían hacia mí cantando el cántico que tantas veces odié por inventar yo mismo y recitarlo en determinadas ocasiones, quizá nunca debiera de haberlo hecho. “Ave Verónica, improbitas plena, ave venefica”.
Corrí hacia ningún lado porque no había puerta, grité a nadie porque ningún cuerpo podía oírme, salté hacia el cielo que no había porque tampoco había suelo. Sólo oscuridad, sólo negro, sólo gritos desgarradores y empujones hacia la muerte, sólo negrura, penumbra, penuria, sólo todo aquello de lo que siempre quise alejarme. Pero ya no podía, ya no, porque me había acercado demasiado.

martes, 23 de noviembre de 2010

Hoy, y por siempre, creo que seré actor

Hace unos días fui por un día una persona encerrada desde su niñez en una cárcel por el simple hecho de que su padre pudo vislumbrar en él una amenaza para su corona. Pues sí, así es porque ayer interpreté en un ejercicio al personaje masculino más importante de la literatura dramática española, Segismundo, de La Vida es Sueño, una obra escrita por Calderón de la Barca en el S. XVII.
Pero no es eso lo que me ha marcado, no es sólo la situación del personaje o la fama que éste tenga. Lo que me marcó fue que, de alguna manera que no llego a comprender del todo, conseguimos hacer un verdadero nexo de unión atemporal entre personajes de obras, ciudades y épocas distintas, y esa máquina del tiempo y del espacio me ayudó no sólo a comprender a Segismundo, sino a otros muchos personajes, incluyendo a Otro Segismundo más soñador; más real quizás que el duro y desbastado encarcelado de mi corazón.
Ayer por primera vez en mi vida me sentí actor porque pude sentir como Segismundo, y creo que notó bastante el resultado, sobre todo para la gente que ya me había visto actuar: me sentí encarcelado, solo, me sentí devastado y sobre todo enfadado con el mundo, enfadado con aquéllos que niegan la libertad a quienes están bajo su poder. Y no alcanzaba a comprender cómo es posible que haya gente capaz de quitar la vida, la forma más directa de la libertad. Ayer de verdad pude sentirme como el personaje al que interpretaba y aunque no tuve la vertiginosa velocidad mental para improvisar un verso atemporal y bello, perfecto y rítmico, si creo que esa identidad verdadera con el personaje y su autor sí que me sirvió para que las frases que conseguí decir a aquélla asesina arrepentida pero fuerte, tuvieran el significado que Calderón de la Barca esperaría de su hijo. Creo que mis frases, aunque prósicas, sí que fueron lo suficientemente poéticas y claras para entender el dilema que Segismundo libraba en mi interior.
Y yo, que por primera vez supe lo que es sentirse actor, ahora ya no puedo dejarlo. Ahora me mueve el aprender, el avanzar, el mejorar, el borrar las huellas que en mí puede haber de una instrucción nefasta, si me han enseñado a exagerar demasiado, poder borrarlo. Y ahora sólo quiero ser actor. Quiero aprender de los personajes, quiero que el actuar cambie mi vida como ya empezó a hacerlo hace unos años, y quiero, y eso creo que será así hasta el día en que me muera, seguir sintiéndome actor.