miércoles, 3 de agosto de 2011

El desierto


Las dunas entorpecían mi avance mientras los rayos del astro rey atacaban mi piel hincándome agujas.
En el horizonte miles de granos de arena llenaban el plano de un color marrón claro que era como el de la crema de nueces.

El calor era insoportable y sentía que mi cuerpo me gritaba pidiendo agua y descanso. Pero no podía parar.

Sabía que si llegaba todo estaría solucionado, sabía que la solución a todo estaba sólo a dos días de sufrimiento.

Así que le miré, le cogí de la mano y seguimos caminando. Sabíamos que el uno y el otro, si estábamos juntos, podíamos conseguir lo que fuera.

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